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Ayudar a ser si mismo – El águila y la gallina

Artículo publicado en: Revista Humanizar
Año publicación: 2011

No hace mucho, en un país de Africa sub-sahariana, en una sesión formativa dirigida a cooperantes y misioneros españoles, agentes de salud, utilicé el cuento ya bastante difundido titulado “el águila y la gallina”.

Desconocía entonces que quien más contribuyó a su difusión había sido James Aggrey, utilizándola precisamente en un país africano, en 1925, en una reunión de líderes populares en la que se discutía sobre la colonización y la organización política del pueblo de Gana.

James Aggrey es considerado uno de los precursores del nacionalismo africano y del moderno pan-africanismo y tuvo gran relevancia política como educador de su pueblo, promoviendo la liberación que, como Paulo Freire, entiende que comienza por la conciencia del pueblo.

A mi regreso a España, he tenido la oportunidad de leer el libro que lleva el mismo título que el cuento, de Leonardo Boff y que lo utiliza como metáfora de la condición humana.

En realidad, el cuento lo hemos utilizado mucho en actividades de formación en relación de ayuda desde el Centro de Humanización de la Salud. Dice así.

El cuento

Erase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como estos. Un día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:

– ¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con los pollos?

El granjero contestó:

– Me lo encontré malherido en el bosque, y como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila.

El naturalista dijo:

– El tuyo me parece un gesto muy hermoso, haberle recogido y curado. Además, le has dado la oportunidad de sobrevivir, le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo?

– No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido.

– Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como tú muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?

– ¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila. ¡Qué le vamos a hacer! Hay cosas que no se pueden cambiar.

– Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como los pollos. Pero tengo la impresión de que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?

– Tengo mis dudas, porque ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades?

– Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas?

– Es posible.

– ¿Qué te parece si probamos?

– Probemos.

Animado, el naturalista al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo”.

Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.

Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo: “Eres un águila. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo”.

El aguilucho tuvo miedo de nuevo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.

Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo: “Eres un águila, abre las alas y vuela”.

El aguilucho miró fijamente los ojos del naturalista. Este, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente: “No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas”.

El aguilucho miró alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces el naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo.

Había recuperado, por fin, sus posibilidades.

Somos granjeros y naturalistas

No resulta fácil, en la relación de ayuda, liberarse de la tendencia a llevar al otro al propio corral del ayudante. Resulta más comprometedor y complejo promover al máximo los recursos del ayudado (del paciente, de la persona en situación de exclusión o marginación).

Podemos fácilmente adoptar actitudes semejantes a las del granjero, que promueve la cómoda actitud de la dependencia y el cuidado no liberador, en lugar de actitudes semejantes a las del naturalista, que se empeña en despertar el corazón de águila y estimularle a ser sí mismo.

Ayudar a ser sí mismo supone reconocer que dentro de cada uno hay un águila y una gallina. Y ayudar significa acompañar a liberar el águila.

Pensemos en la necesidad de promover el protagonismo de cada uno en los procesos preventivos y terapéuticos, en la necesidad de acompañar a descubrir los propios recursos para utilizarlos al máximo y no hacer de la relación de ayuda una producción de dependencias o estilos autoritarios, protectores o paternalistas.

Pensemos en los estilos de acompañamiento en entornos de pobreza donde a veces los agentes sociales importan modelos de vida y costumbres sin acompañar a desplegar las alas de los individuos y los pueblos sin promover la autoafirmación de sí mismos como diferentes. Pensemos en el riesgo de un sutil colonialismo que puede darse si no se estimula el águila que hay dentro de las personas y los grupos, respetando las diferencias culturales y sus implicaciones religiosas.

Pensemos en la comodidad que supone en los procesos de ayuda conformarse con la moral (costumbres) sin dar el salto a la responsabilidad ética; la comodidad de quedarse en la religión sin dar el salto a la fe; la comodidad de quedarse en el positivismo y el materialismo sin dar el salto a la utopía y a la espiritualidad; la comodidad de hacer del paciente un puro objeto de cura en lugar de un agente activo en los procesos diagnósticos y terapéuticos.

En el fondo, en la relación de ayuda corremos el peligro de actuar como el granjero, mientras que estamos llamados a hacer como el naturalista: acompañar a las personas y grupos a ser sí mismos.

Somos águilas y gallinas

Dentro de nosotros podemos encontrar un poco de águila y un poco de gallina. Tanto cuando ayudamos como cuando nos dejamos ayudar. Podemos adoptar actitudes semejantes a las del mismo águila que se resiste a explotar sus recursos.

El águila representa la misma vida humana en su creatividad, en su capacidad de romper barreras, en sus sueños, en su luz. Representa la persona con toda sus potencialidades, pero susceptible de acomodarse en la dependencia y comodidad del corral.

Aceptar la condición de águila supone responsabilizarse de la propia historia, participar activamente en el destino personal y comunitario, apostar por lo inédito viable, defender la propia identidad, arriesgarse a lo desconocido, aunque produzca vértigo, apasionarse por construirse y participar activamente en la sinfonía de fuerzas y contrariedades individuales y colectivas.

No aceptar la condición de águila significa desarrollarse sólo como gallina, sin sacar el jugo a los propios recursos, instalándose en la dependencia, enterrando en el sótano de la historia la riqueza personal y grupal, renunciando a la propia identidad, conformándose con la mediocridad y la comodidad de quien no vive o no le dejan vivir como protagonista en el escenario de la propia vida.

La relación de ayuda no es otra cosa que hacer de naturalista y promover el águila interior de cada persona.

No desarrollamos nuestra águila, nos comportamos como gallinas

  • Cuando no participamos activamente en los procesos diagnósticos y terapéuticos en la enfermedad.
  • Cuando delegamos responsabilidades y tomas de decisiones en los profesionales de la salud o de la acción social.
  • Cuando no nos aventuramos a conocer “nuevos corazones” y el nuestro propio, por miedo o inseguridad.
  • Cuando nos instalamos en el inmovilismo físico, mental, emocional o moral.
  • Cuando no cultivamos una sana autoestima, relacionada con las causas de exclusión y de enfermedad.
  • Cuando no decimos sí porque no nos atrevemos o cuando no decimos no porque no nos atrevemos.