Que muchos profesionales de la salud y de la psicología eligen su profesión a partir de motivaciones relacionadas con la propia herida personal, es sabido. No son pocos los voluntarios y profesionales que se centran en un campo de intervención –el duelo, por ejemplo– a partir de su propia experiencia de pérdida, haciendo así un proceso resiliente y sacando partido a su estar heridos, y querer ser sanadores.
El punto de partida y garantía ética de profesionalidad en el counselling no es la motivación primera que inició la relación, sino la responsabilidad ética del counsellor, su madurez humana y profesional sostenida.
Si nos atuviéramos solo a las motivaciones primeras de los profesionales de ayuda, nos quedaríamos con un pequeño grupo de personas genuinamente altruistas, prosociales y vocacionadas, y desecharíamos todos aquellos que, al buscar ayudar, se buscaban también a sí mismos. Son muchos los que buscan sanar la propia herida desde el trabajo de curación proporcionado a los otros. Pero, en el fondo, más allá de la motivación original, la garantía de profesionalidad viene dada por el trabajo continuo de autoevaluación, actualización y supervisión del ayudante.
Autoevaluación del ayudante
Para evitar que se establezca una relación inadecuada, de dependencia quizás, con la persona a la que prestamos ayuda, es importante que el ayudante sea consciente de cuáles son sus propias necesidades, sentimientos y problemas.
Por eso, es necesario que los profesionales de las diferentes formas de relación de ayuda, realicen autoevaluación continua de sus necesidades y emociones, que reflexionen sobre el lugar en que están en cada momento, preguntándose cosas tales como: ¿en qué momentos me siento incómodo con un cliente o un tema en particular?, ¿soy consciente de mis estrategias de evitación?, ¿puedo realmente ser sincero con la persona a la que estoy ayudando?, ¿deseo tenerlo todo bajo control?, ¿me molesto cuando los demás ven las cosas de manera diferente?, ¿me siento como si tuviera que ser omnipotente para que el otro se ponga mejor?, ¿estoy centrado solo en lo negativo?, ¿atiendo como me gustaría ser atendido?, ¿soy realmente ético en la relación de ayuda?
Estas y otras cuestiones pueden contribuir a que el profesional de la ayuda esté en alerta consigo mismo en el campo del sentir, de las motivaciones y de los valores que orientan la intervención y el acompañamiento.
En el Centro de Humanización de la Salud, los alumnos que realizan un máster en Counselling o un máster en Intervención en Duelo, tienen que someter al análisis propio (y después del tutor y del grupo), varias entrevistas transcritas literalmente. Se trata de analizar tres cosas con esta metodología: el mundo del ayudado, el tipo de relación mantenida y la experiencia del ayudante, tanto en directo como la evocada con ocasión de la entrevista. Este ejercicio de supervisión del alumno para consigo mismo, se muestra de extrema utilidad, en tanto que la atención se centra no solo en el destinatario de la voluntad de ayudar, sino en el impacto y el eco que la empatía tiene sobre sí mismo.
Sesgo y counselling
Uno de los temas que afectan a la ayuda y poco tratados en la literatura sobre counselling es precisamente el manejo del mundo valórico del ayudante. Con frecuencia, en las acciones formativas se insiste en la necesidad de la apertura a los valores diferentes, la importancia de la tolerancia, de la acogida incondicional sin juicio moralizante, de la aceptación de la diferencia. Sin embargo, es obvio que también el ayudante tiene su escala de valores, su criterio propio. Transmitir los propios valores, puede ser tan importante como respetar los ajenos. Los riesgos de la superioridad ilusoria y la consiguiente manipulación y coacción, los vemos a la primera, pero el riesgo de una pretendida asepsia valórica, es también obvio.
Estimar y proponer los propios valores, desvelar las contradicciones del ayudado, tener interiorizados nobles referentes éticos con autenticidad y transparencia, saber de desarrollo personal por experiencia, atreverse en la confrontación y en la saludable persuasión, son claves de manejo humanizado de los propios valores y del histórico de las propias heridas o transgresiones.
Es inevitable sufrir sesgos en la interpretación o realizar atajos cognitivos, por la vía heurística, que nos ahorran energía, pero pueden distorsionar la comprensión de personas y situaciones.
El sesgo es una tendencia, inclinación o prejuicio hacia una realidad o persona. Es un estereotipo que puede tergiversar la comprensión. El sesgo de atribución de razones o motivaciones, el sesgo de confirmación de lo que ya se cree, el sesgo de retrospectiva o maldición por no haber controlado, el efecto de Dunning-Kruger que provoca una sobreestima de sí mismo, el efecto halo que idealiza al otro, el sesgo de negatividad que fomenta la mirada sobre las carencias, los sesgos del optimismo y del pesimismo según el humor o la mirada, el sesgo actor–observador que influye en la atribución a algo externo o interno como causante de una conducta, son algunos que influyen en la percepción.
Aunque los terapeutas tienen la obligación de mantenerse imparciales ante los ayudados, los sesgos provocan alteraciones en la comprensión. Por eso, es imprescindible alguna forma de supervisión que permita al ayudante ser dueño –consciente en primer lugar–, de los prejuicios y sesgos.
Supervisión
Numerosos tópicos pueden dificultar una relación de ayuda centrada en la persona, si no hay autoevaluación y supervisión.
En las relaciones de ayuda tenemos riesgos. Por ejemplo, es fácil caer en el prejuicio de que es la primera impresión la que cuenta, o en el de la reducción a lo psicológico –efecto de indulgencia ante lo biológico–, o la reducción al autodiagnóstico del ayudado.
Es cierto que los sesgos guían, pero no pueden determinar. Pueden ayudar a utilizar conocimientos que el ayudante tiene, pero han de filtrarse siempre con el criterio de la capacidad de asombro, de la libertad ante lo que vemos y escuchamos, de la progresión en la comprensión del otro a lo largo de la relación.
La supervisión en la intervención de relación de ayuda representa un deber ético del profesional, y constituye un modo no evaluativo, sino de desarrollo de la competencia profesional. La reflexión profesional continua y la supervisión es un proceso de desarrollo humano. Motivaciones, sesgos, contratransferencias, evocaciones de los propios problemas fruto del eco de la empatía, heridas no resueltas, dificultades vinculares, sentimientos intensos limitantes, áreas desconocidas por el ayudante a nivel legal, psicológico, ético, cultural, burnout… son algunas cuestiones a despachar entre supervisor y counsellor.
Algunas asociaciones de counselling, efectivamente, contemplan la acreditación de los distintos niveles de competencia, siendo la de supervisor y docente la más elevada. Sin duda, este trabajo de supervisión, al menos desde mi experiencia, ha de comportar también la investigación suficiente, para generar conocimiento en la comunidad y aprendizaje continuo.
La supervisión ha de ayudar al ayudante a integrar su vida personal con sus conocimientos y su práctica. No solo es objeto de atención el mundo de las técnicas utilizadas, sino también el impacto de los problemas sobre el ayudante, la madurez en la gestión de las propias dificultades, el reconocimiento del influjo de la herida o sombra sobre la relación, la dimensión ética, la libertad o codependencia, la honradez sostenida en las motivaciones y la solidez de los valores actualizados en la relación.
Podríamos decir que hay una supervisión centrada en el profesional, individual o grupal, una supervisión centrada en el vínculo, una supervisión centrada en la tarea, una especializada por áreas de problemática o incidencias surgidas en la alianza terapéutica.
Tener en cuenta unas y otras es pensar bien la supervisión. En el fondo, se trata también de un proceso de crecimiento como sanadores heridos.
José Carlos Bermejo, presidente de ACHE