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Dimensión espiritual en Counselling

Acercarnos a la dimensión espiritual de las personas es acercarnos a la parte más íntima que nos constituye, a esa parte que, como dice Rosa Belda, es la piedra preciosa, el núcleo o esencia de nuestra mismidad. Esta dimensión nos permite conectar con el vivir del alma. Con ese vivir que, superando la mera supervivencia, se empeña y compromete: con la disposición de búsqueda constante de un “para qué”, que explique lo que nos acontece y que de sentido a nuestra existencia; con la tenacidad de seguir caminando a pesar de las dificultades de los caminos, y con el amor que es el que nos va sanando y ayudando a salir fortalecidos de las crisis.  Ese vivir despierto, que asume la responsabilidad de la propia existencia, porque “La vida no me vive a mí, yo vivo a la vida”.

La dimensión espiritual puede considerarse trasversal a todas las demás dimensiones de la persona, ya que hace referencia a lo más genuinamente humano y nos vincula con la aspiración más profunda e íntima que tenemos: la búsqueda de una visión de la vida y la realidad, que integre, conecte, trascienda y de sentido a la propia existencia. Podemos decir que esta dimensión tiene que ver: con los fines y valores últimos; con el significado y el propósito; con las convicciones y creencias; con la esperanza y la desesperanza; con las preguntas profundas; con la reconciliación y el perdón; con la ética y la estética; con la trascendencia y el misterio; con la vinculación; con la búsqueda de plenitud; con lo religioso, aunque no quede restringida a este ámbito, sino que lo incluya.

Y aunque en esta sociedad de lo aparente el tema de la espiritualidad no sea considerado importante, solo el cultivo de lo interior nos humaniza y puede ser el antídoto para no sucumbir ante tanto sufrimiento y sinsentido. Por eso, como propone J. C. Bermejo: “Tenemos el gran desafío de cultivar el espíritu”. Porque: “Es un desafío humanizador. Nos cosificamos, nos despersonalizamos, nos morimos y nos hacemos daño como humanidad si no cultivamos el espíritu”.

Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples, incluyó un tipo de inteligencia que llamó “inteligencia existencial o trascendente”. Esta inteligencia espiritual es considerada por muchos autores, la más elevada de todas. Desarrollarla es fundamental para humanizar las relaciones, gestionar el sufrimiento y acompañarlo saludablemente. Pues esta capacidad nos permite entender el mundo, a los demás y a nosotros mismos desde una perspectiva más profunda y con sentido; nos ayuda a trascender el sufrimiento y crecer a través de él; nos conecta con lo trascendente; nos compromete éticamente a rechazar hacer daño a los demás; nos ayuda a reflexionar y a cuestionar nuestras acciones y ser coherentes con nuestras convicciones.

Una capacidad latente de la inteligencia espiritual es la competencia espiritual. Como otras competencias, necesita ser estimulada y desarrollada en un proceso de descubrimiento continuo. Ser competentes espiritualmente nos va a permitir construir nuestra propia identidad y descubrir el sentido de nuestra vida, así como, nos puede capacitar para realizar acompañamientos sanadores y humanizadores a las personas que sufren. Colegios católicos reconocen la importancia de esta competencia en la educación integral de los estudiantes. De ahí que la hayan incluido, como una competencia más, en el currículo educativo, con un objetivo: “Aprender a ser”. Ser competentes espiritualmente es fundamental para acompañar espiritualmente a las personas que sufren. Hacer un camino con el sufriente, a su ritmo, dando cobijo a sus pesares, detectando y ayudando a satisfacer sus necesidades espirituales, y hacerlo en verdad, con aceptación plena y empatía compasiva, exige un desarrollo espiritual permanente a las personas que acompañan.  Cómo si no, podrían acogerse las preguntas por el sentido, sin respuesta; podría acompañarse el misterio de la vida con tantas situaciones injustas y dolorosas; se podría permanecer en la confianza de lo trascendente y transmitir esperanza y/o ser sembradores de resiliencia. Cómo si no, podríamos abrazar y trasmitir el abrazo del misterio acogedor de Dios, en medio de la devastación y la muerte, y ser testigos de que el amor, es más fuerte que el dolor.

Blanca Lara Narbona, counsellor del Centro de Escucha de Ciudad Real