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El legado de nuestros padres

– Mira toda la cantidad de raíces que tenía – me lo decía Cristina, mi mujer, cuando arrancó la planta de col que no había resistido las calores tan fuertes del mes de mayo.

– ¡Ostras! – exclamé.

– Por eso son tan importantes las plantas. Sirven para que la tierra esté bien sujeta y no sufra erosión entre otras cosas – siguió contándome.

Mi mujer tiene mucho más espíritu de hortelana que yo. Mientras ella se dedica, cuando vamos al huerto, a remover la tierra, quitar las “malas” yerbas, regar, etc., etc., yo me dedico a la tarea contemplativa. Me resulta irresistible el olor a tierra mojada y el frescor que me envuelve tras el riego por inundación, pues de momento no contamos ningún otro método para darle de beber a coles, cebollas, calabazas y fresas.

¿Y a qué viene esto de arrancar coles? Dice Pablo D´ors que, actualmente, hemos ido matando al padre uno a uno. Vivimos en una sociedad en la que hemos olvidado cuáles son nuestras raíces. Necesitamos beber de nuestros orígenes porque en ellos encontraremos un sustento que nos ayude a caminar, a crecer. Evidentemente, es preciso, al mismo tiempo, encontrar nuevos lenguajes que nos permita entrar en comunicación y diálogo, que logren aportar sin, por eso, perder la esencia e identidad propias.

Recientemente hemos conocido el caso – que no es excepcional pero que ilustra lo que comentamos – del jugador del Athletic de Bilbao, Iñaki Willians, que disfruta de doble nacionalidad: española y ghanesa. Ante el hecho de poder ser seleccionado para equipo español de fútbol de cara al próximo mundial, ha decidido finalmente con jugar con Ghana. En el vídeo, que él mismo publicó en redes sociales, decía:

            “Cada paso que damos en la vida tiene un significado, una evolución, una mirada al futuro que a su vez deja una huella, un legado. Mis padres me han inculcado siempre unos valores basados en la humildad, el respeto y el amor. Ellos me han enseñado la forma que tengo de afrontar la vida en esta lucha constante por seguir creciendo y trabajando para mejorar como persona y como profesional. Por eso mismo siento que ha llegado el momento de encontrarme con mis raíces y conmigo mismo. Y con todo lo que África y Ghana significan para mi familia y para mí. Decido devolver una pequeña parte de lo que nos ha dado y lo que ha contribuido en mí como persona, como hijo, como hermano”.

Es un bonito un gesto así, de agradecimiento, de asentarse en lo que considera que de verdad importa. Una decisión que se sustenta en unos valores que le han sido transmitidos y ante los que, de alguna manera, se siente en deuda. Una decisión que responde a un deseo de “devolver”, en la medida de sus posibilidades, lo que se le ha regalado en la vida. Vive agradecido por tanto bien recibido, como diría san Ignacio de Loyola.

Es preciso pararse y ahondar en nuestras raíces, en nuestros orígenes.

Si pienso en mi familia, en mi padre en concreto, agradezco enormemente su gusto por ir al campo. Estoy convencido que buena culpa de que a mí me guste tanto el contacto con la naturaleza es culpa suya.

Tengo grabadas en mi corazón aquellas excursiones que hacíamos los dos en su pequeña moto. El nació en Ruanes, un pequeño pueblo de Cáceres, a diecinueve kilómetros de Trujillo, y su vida se desarrolló en un entorno rural. Cómo no conoció a su padre – mi abuela era soltera y ese hecho marcó en buena medida su vida – tuvo a su tío Joaquín como la figura que más se podía acercar a lo que es un padre. Con su tío, por las anécdotas que le escuché alguna vez, compartía muchos momentos y, parece ser, que le acompañaba en distintas tareas, ya tuvieran que ver con el cuidado de animales o con echar una mano en tareas de albañilería. Yo creo que eso que él pudo aprender junto a él, con quién tuvo un vínculo muy especial, era lo que pudo más tarde dar a sus hijos.

A mi padre le gustaba el campo y, por eso, cómo decía antes, me llevaba, cuando tenía ocho o diez años, en su moto los sábados por la mañana a una zona alejada de la ciudad dónde había sembrado muchos olivos. Cuando llegaba la primavera realizábamos esos viajes con más frecuencia. Hasta sabíamos en qué olivo se encontraba un pequeño nido de pájaros. Para que los pudiera ver cogía los huevos y después los volvíamos a colocar cuidadosamente en su agradable cama de palitos y plumas.

Esos viajes al campo, montado detrás y agarrado a su cinturón para ir bien sujeto, pegadito a su espalada porque me daba miedo la velocidad, me encantaban y a él, estoy convencido, le gustaba también. Esas excursiones le hacían regresar a sus raíces, a esa vida de campo que vivió desde niño. Lo considero un bello legado, un verdadero tesoro, por el que vivo muy agradecido.

Enrique Delgado, psicólogo y counsellor