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Mi vida es un no parar

“No pases de dos mil quinientas revoluciones”. Esto fue lo que me dijo un buen amigo, gran maestro espiritual y mejor mecánico, cuando le enseñé mi coche nuevo hace ya más de dieciséis años. Tengo presente su recomendación en cada viaje que hacemos.

Es indiscutible que vivimos unos tiempos de extrema velocidad. Pisamos el acelerador en la carretera y en nuestro quehacer de cada día. Al final, nuestro motor interno se resiente con estas velocidades de vértigo. Nos pasa factura a todos los niveles. Las piezas del engranaje sufren un profundo desgaste. Nos cuesta respirar, no hay tiempo para tomar casi ni el aliento, siempre en marcha, siempre a mil por hora. La vida es un no parar.

Es urgente bajar nuestras revoluciones cotidianas, levantar un poco el pie del acelerador. Es muy normal escuchar la queja de no tener ni un minuto de respiro al día. “Siempre corriendo de un lado para otro, y menos mal que este año mis hijos entran al mismo tiempo en el cole, porque el curso pasado llevaba primero a la pequeña a la guarde y después al mayor al colegio, ¡una locura!”. Esto me lo decía una madre de dos hijos, cajera de supermercado, que tiene que realizar cada día un vertiginoso eslalon sorteando desayunos, vómitos imprevistos (con el consiguiente cambio de ropa), entrega en el cole, trabajo, comidas, actividades extraescolares, etc. Y de esta manera, sube la aguja del cuentarrevoluciones de la vida y acaba sobrepasando la línea roja que avisa que la cosa puede acabar muy mal por ese camino.

No voy a negar que corren, que no andan, tiempos difíciles y que las familias han de hacer verdaderas piruetas para ocuparse de los hijos, el trabajo, las relaciones, el ocio, etc. Pero una cosa es ocuparse e intentar vivir lo más dignamente posible y otra cosa es que vivamos subyugados por un ritmo insoportable e inhumano, que nos acabe arrollando.

La trampa del “si quieres puedes”

Hay que decir que este ir con la lengua fuera no es responsabilidad, única y exclusiva, de nuestra mala cabeza o de que estemos mal hechos. No se trata de reprocharnos el no ser capaces de llegar a todo y abarcar todo lo que nos propongamos. El eslogan tan actual de “si quieres puedes”, es una trampa en el que es fácil caer. Tenemos nuestros límites y no lo podemos todo, y menos aún sin contar con la ayuda de los demás.

Nuestra cultura parece reconocer a las personas que están siempre super ocupadas, que quieren llegar muy lejos, que no se quedan atrás y que quieren estar siempre a la última. Sin darnos cuenta nos dejamos arrastrar por estos modelos ideales que se nos vuelven inalcanzables y acaban acarreando grandes dosis de frustración y cansancio.

Pero, ¿qué bien nos puede aportar no pasar de dos mil quinientas revoluciones en nuestro caminar diario? “Entonces no llego a todo lo que me propongo, podemos decir. Si lo que me faltan son horas del día para hacer todo lo que quiero hacer”. Tal vez, puede ser una oportunidad preguntarnos por nuestras necesidades y deseos, y reflexionar por nuestras posibilidades reales a un tiempo. Quizá nos demos cuenta que podemos rebajar nuestras metas a una medida más humana. No somos seres que lo podamos todo, ni conseguir la perfección en todo lo que nos propongamos.

Frenar para cuidarse

Con todo esto no quiero decir que cada cual ha de arreglárselas como pueda y hallar la fórmula más adecuada en su vida. Las personas aspiramos a crecer en autonomía, estamos llamados a vivir con autodeterminación, pero nuestra radical vulnerabilidad nos lleva a apoyarnos mutuamente. Nuestros cambios personales dependen en gran medida de las facilidades y condiciones que encontramos en nuestro entorno. Estamos llamados a autoafirmarnos pero siempre en relación con otras personas.

Siguiendo con el ejemplo de la mujer a la que nos referíamos antes, tal vez pudiera serle de ayuda la recomendación de cuidarse y, así, para que pueda ir un poco más desahogada en el día a día y no traspase la línea roja de su cuentarrevoluciones personal, necesitará negociar tal vez el reparto de responsabilidades en casa y también la flexibilidad en el horario con su empresa, alternativas que le permitan conjugar un ritmo de vida más humano con la atención a las necesidades de sus hijos. Porque para ella es tan importante el interés por su familia como el interés por su cuidado personal. Y así también su marido, al tiempo que se reparten las tareas de cuidado, podrá disfrutar de más tiempo junto a sus hijos. La empresa, por otro lado, tendrá interés de tener a trabajadoras que se sientan a gusto en su trabajo y atiendan con buen humor a los clientes.

El cuidado de nuestro motor y de que nuestro caminar por la vida sea alegre, sin pagar un alto coste personal, es cosa de todos. En definitiva, más bien se trata de soltar el pie del acelerador, pues esto nos da la oportunidad de escucharnos, dialogar y buscar aquello que a todos nos haga bien.

Enrique Delgado, psicólogo y máster en Counselling