Ache

Blog

Blog

Escucha en el centro penitenciario de Estremera

Espacio de acogida, intimidad, entorno confortable, tiempo determinado… No. Una sesión de escucha en un centro penitenciario no reúne todas las exigencias mínimas de counselling.

Cuando un counselor entra en una cárcel, pronto percibe que los controles que ha de atravesar, la concurrida sala de recreo del módulo o el patio compartido, no son aliados de una relación relajada, mucho menos propiciadora de diálogo empático y fluido. Sin embargo, al tiempo que se interna en la realidad humana de la prisión, se convence de que son precisamente estas dificultades, que nos dejan a la intemperie del encuentro, las que potencian el vínculo entre quien escucha y quien es escuchado, despojados ambos de un ámbito de confort. Las personalizaciones, la ausencia de juicio (están tan presentes los juicios en cada rincón del módulo que visitamos), la escucha activa, se vuelven aliados mucho más fuertes de lo que esperábamos, porque, sencillamente, son los únicos que tenemos. Como decía, en la cárcel, el sentido de la escucha toma nuevas dimensiones.

Mi experiencia dando talleres o realizando sesiones de narración de cuentos o de expresión dramática en distintos centros penitenciarios, me internó en el mundo de los encuentros de justicia restaurativa y en ese proceso me di cuenta de la gran necesidad de las personas en prisión: el sentirse escuchadas de forma personal. Si bien hay actividades programadas a lo largo de la semana, parece que la simple visita personal, la dedicación de un tiempo a escuchar, a entablar un diálogo empático, no tiene un sustancial desarrollo dentro de las previsiones de voluntariado en la cárcel.

Y es desde esta percepción que he iniciado los encuentros personales, accediendo a los módulos y prestando mi disponibilidad a la escucha desde la Pastoral Penitenciaria, de la mano de Ángel Ramón, capellán del Centro de Estremera.

Como decía al principio, en estos encuentros, es el counselor quien acude a la sesión (por razones obvias), y las condiciones de espacio y tiempo se mudan, de forma que la escucha se acomoda a la realidad inapelable. Cuando entramos a la sala de recreo compartida de cada módulo (doce,  en el Centro de Estremera), donde hablan en grupos, juegan al ajedrez, ven la televisión… empezamos a intercambiar saludos, breves conversaciones… El requerimiento de escucha se hace a veces de forma tácita, a veces expresa y se desarrolla en una esquina, o en un paseo por el patio.  En ocasiones, se unen a la sesión algunos compañeros, y surge una escucha de grupo que ofrece frutos inesperados.

A lo largo de estos meses, se han establecido vínculos más estables. Previamente, el equipo fija qué módulos visitar, en función de las necesidades o de las solicitudes que hayan realizado al Subdirector de Tratamiento, o a partir de la información que nos comunican las Trabajadoras Sociales: Hoy vamos a ver a… X, tras un intento de suicidio, o a…, que está bajo de moral… Pero muchas veces, se acercan de modo espontáneo, y se adivina la necesidad de escucha, requerida con miradas, sonrisas, frases hechas, etc.

En el acompañamiento se desgranan culpas, heridas sin cerrar y duelos por pérdidas. La pérdida de libertad arrastra otras aún más dolorosas: pérdida de autonomía, de capacidad real de decisión… de dignidad, en definitiva. Pérdida de la pareja, del hijo que abandona… del aprecio de uno mismo. Necesidad de consuelo y de reparación de la propia autoestima que quizás costaría mucho más tiempo verbalizar en el gabinete del que disponemos en el Centro Humanizar. Pero el tiempo de soledad en el “chabolo”, el camino transitado hasta terminar en él, han abierto vías muy directas a la palabra desnuda, sin filtros, que facilita el diálogo y alcanza profundidad inesperada.

El tiempo también se mide de forma distinta.

En mi caso, acudo dos días en semana al Centro de Estremera con Ángel. Permanecemos cuatro horas (de 10:00 a 14:00), en las que nos repartimos la escucha. Son muchos los internos e internas que pueden requerirla. En ocasiones, permanecemos hasta las 19:30 h., con un rato para comer en el pequeño comedor para voluntarios y funcionarios. En ese caso, se dobla el número de encuentros. Pero no podemos determinar la duración de cada uno de ellos. A veces dedicamos media hora, en otras ocasiones podemos prolongar la escucha a una hora larga, estimando la necesidad de cada situación que se presenta, en ocasiones interrumpida por llamadas del altavoz: hora de taller, de visita de abogado… Es cierto que en esta trayectoria, algunos presos han requerido encuentros en locutorio, en particular con el capellán, lo que sería una posibilidad para “normalizar” el counselling. Sin embargo, en la experiencia de estos meses, he podido experimentar la gran posibilidad que abren los encuentros “sobre el terreno”, conociendo su entorno, que nos acerca a su realidad y nos despoja de seguridades que el escuchado no posee.

También en las “excursiones” realizadas en grupo el diálogo se hace más fluido, el compartir la vivencia del mundo “real” acerca y convierte la experiencia en fiesta interior.

En la última salida en grupo, con ocasión del 4º Centenario de la Canonización de San Isidro, recorrimos por Madrid los hitos de la vida de este campesino de profunda Fe y entrega. En la Colegiata de San Isidro celebró una Eucaristía el obispo auxiliar José Cobos, que con palabras de acogida nos habló de la fuente Viva que corre en el fondo de todo hombre, toda mujer, y  nos recordó que la misión de cada uno es dejarla brotar… Después de la celebración, en diálogo cercano, hablamos con él de la necesidad de ampliar el número de counselors en los centros penitenciarios…

Soñamos con un espacio en cada Centro, con horarios prefijados para cada solicitante…

Le lanzamos la iniciativa al Santo campesino… Ojalá en ACHE haya buena siembra y en su tiempo podamos recoger buenos frutos que llevar a Estremera, o a Soto, o a cualquier Centro, donde siempre hay alguien que necesita dar libertad a sus angustias.

Aunque, en el fondo, algo me dice que el acompañamiento en el patio, paseo arriba, paseo abajo, es una práctica que, por la espontaneidad que produce, deberíamos incorporar en alguna de nuestras sesiones de los centros de Escucha.

Por de pronto, sin sala habilitada para ello, dos días por semana, seguimos acudiendo a cada módulo, a ser acogidos por nuestros “usuarios” del Centro de Estremera, ya sea en un rincón de la sala o a la intemperie del patio: paseo arriba, paseo abajo.

Ana Gª-Castellano, socia de ACHE y escucha