La pregunta me la hacía mi hija cuando comentaba en familia, mientras comíamos, que había presentado mi candidatura a un nuevo puesto de trabajo. “La verdad es que no mucho”, le dije. A mí me gusta el contacto directo con las personas. “Si te conocemos, por eso te lo digo”, me respondió. Y concluyó aconsejándome que no tuviera prisas que ya vendrían nuevas oportunidades.
Lo cierto es que se trataba de un trabajo bien remunerado y en un sector que me gusta. El problema es que las tareas que implicaba no iban del todo conmigo. Las funciones más burocráticas y de gestión no son mi fuerte, realmente, como bien saben en casa.
Cuando tomamos decisiones las cotejamos con las personas que están a nuestro lado, al menos eso sería lo aconsejable. Ellos nos conocen bien, están al corriente de nuestras sensibilidades, nuestros intereses y capacidades. Nos ayudan a escucharnos, a no pasar por alto lo que habita en nuestro interior, emociones, sensibilidades, convicciones. Porque es una constelación de todas las dimensiones humanas las que nos permiten alcanzar una buena decisión.
Se decide desde una comprensión holística del ser humano, que escucha no solo su cabeza, sino también su corazón, su cuerpo y su alma, como nos cuenta Pepa Laguna[i]. Para acertar en nuestra decisión deberemos estar atentos a los acordes interiores. Un acorde musical se forma por el sonido de al menos tres notas diferentes que suenan simultáneamente, nos sigue diciendo Laguna. Por eso, para no desafinar a la hora de elegir, habremos de tener en cuenta aspectos diversos de nuestra vida y si se compenetran bien entre ellos.
Siguiendo a Carlos R. Cabarrús diremos que lo que verdaderamente me da vida es lo que va acorde con lo que me integra, me sana y me hace avanzar. Por eso, frente a cualquier decisión seria que yo quiera tomar tendré que tener en cuenta esta consigna psicológica para que ella se vuelva el quicio de la elección[ii].
¿Nos deja en paz una determinada elección? ¿Qué dice nuestro cuerpo? ¿Nos vemos capaces de soportar las situaciones que la decisión traerá consigo? ¿Traerá vida a mí y mi alrededor el camino que voy a escoger?
Para educar ese oído musical habrá que estar bien atentos a la sintonía que se produce entre los distintos niveles de mi vida, tal y como enumera Carlos R. Cabarrús.
En el nivel de mi sensibilidad: ¿Cuánto me gusta? ¿Cuánto me cuesta? ¿Cuánto soporto los inconvenientes de esa decisión?
En el nivel de mi cuerpo: ¿Cuánto puedo? ¿Cuánto me sobrecargo? ¿Tengo las cualidades para realizar esa decisión?
En el nivel de la voluntad: ¿Lo quiero? ¿Lo quiero sin presiones, sin voluntarismos? ¿Me siento libre? ¿Va todo esto con las actitudes básicas frente a la vida?
En el nivel de mi ser: ¿Me identifica con lo más hondo mío? ¿Cómo se relaciona con mi consigna psicológica?
En el nivel de la conciencia: ¿Me da paz profunda esta decisión? ¿Me deja tranquilo? ¿A la hora de mi muerte me hubiera gustado elegir esta alternativa?
En el nivel de la vida de los demás: ¿Esto les trae vida a las demás personas?
Como nos recuerda Fernando Pessoa, hay que ser todo en cada cosa. Poner cuanto somos en lo mínimo que hagamos. Sólo sabremos si vale la pena detenernos y ponernos a la escucha de todo cuanto somos si nos lanzamos a ello, pues no hay mejor manera que aprender a decidir que tomando decisiones.
Por Enrique Delgado, máster en Counselling y socio de ACHE
[i] P. LAGUNA, El arte de elegir, PPC, p.46.
[ii] C. ALEMANY, 14 aprendizajes vitales, Desclée de Brouwer, p.36.