Recuerdo haber intervenido en varias circunstancias de accidentes de tráfico. Un intento de atravesar la carretera supuso la muerte de aquel hombre que iba con su mujer a esperar el autobús; un momento de somnolencia precipitó aquel vehículo al borde mismo del río. Muertos, heridos, supervivientes próximos y lejanos se dan cita en un hecho cotodiano: los accidentes de tráfico. Es uno de los ámbitos donde la relación de ayuda toma el nombre de “intervención en crisis”.
La intervención en crisis es un proceso de ayuda con el fin de acompañar a una persona o a un grupo a soportar un suceso traumático de modo que la probabilidad de debilitar sus efectos se aminore y la probabilidad de crecimiento con ocasión de la misma, se incremente.
Crisis por accidente
Es obvio que la pérdida de bienestar de la persona ante eventos traumáticos y críticos es significativa. Existen muchas causas de crisis en este sentido: desde las catástrofes naturales, los conflictos bélicos, los homicidios, la ruina personal (de diferente naturaleza), las agresiones o abusos y, cómo no, las pérdidas provocadas por los accidentes, entre los cuales, los de tráfico.
Perder a un ser querido o vivir las consecuencias (si son graves) de limitaciones o discapacidades que provocan los accidentes de tráfico, ocasiona situaciones de crisis a diferentes personas: algunos de los implicados supervivientes y los seres queridos. La intensidad e impacto vital de tal situación, su significado, la variable de la sorpresa, etc., hacen que la intensidad del impacto y de la alteración emocional sea fuerte.
Normalmente las personas acogen la ayuda que les puedan brindar los profesionales que se dan cita en torno al accidente. La acogen porque el conjunto de necesidades es grande y la sensación de no poder resolverlas todas, también. Quizás la presencia de batas blancas, declaraciones inmediatas en los medios de comunicación, etc., puedan contribuir al rechazo.
En estas situaciones no son sólo los profesionales los que intervienen, sino también personas que casualmente pasan y ofrecen su ayuda, así como los vecinos o conocidos que, al enterarse, intentan desplegar su solidaridad. Bien vendría en estos casos, como en tantos otros, obviar las socorridas frases como “es el destino”, “todavía te quedan otros hijos”, “la vida sigue”, “dentro de poco todo habrá sido un sueño”, “con el tiempo todo se pasa” y tantas otras que –si escuchadas- son más flechas hirientes que posible consuelo para la persona aturdida.
Intervenir bien
No hay tantas recetas ni fórmulas, a no ser las de “lo que no se debe hacer o decir”. O mejor, si alguna hubiera es sobre todo la de intentar detectar las necesidades concretas de las víctimas y allegados y favorecer su expresión, así como la manifestación libre de los sentimientos.
Entre los valores presentes en la intervención en crisis están la proximidad, la inmediatez, la esperanza, la simplicidad… En efecto, la posibilidad de estar cerca de las personas y éstas cerca de sus víctimas, constituye un recurso. Un recurso para escucharlas, para abrazarlas, para sostener en el desfallecimiento, para enlazar con otros posibles recursos (médicos, etc.), para minimizar traumas mayores.
La intervención inmediata puede tener una valencia preventiva de ciertos síntomas o conductas irreversibles (autolesiones, falta de autocuidado, decisiones tomadas muy impulsivamente, u otras).
Infundir esperanza en estas situaciones se traduce en un modo de acompañar afrontando la situación de manera realista y normalizando las reacciones. Infundir confianza en que se ponen a disposición los recursos necesarios y que el interés para salir al paso de las necesidades concretas es real y efectivo, es un apellido de la esperanza.
Si algo es importante en estas situaciones tan densas emocionalmente, es la sencillez. Cualquier intervención compleja no es escuchada, no es entendida, genera embotamiento emocional en los afectados. El que acompaña, con frecuencia sentirá que “no hace nada”, si bien saber estar incluye también este arte de mantenerse disponible, facilitar…
Los afectados suelen tener necesidad de expresar sentimientos, de contactar a otras personas, de informar, de recibir información, de ordenar ideas y gestiones, de estructurar la experiencia y controlar mínimamente la situación. Es una oportunidad de ser mediador al ritmo de cada persona.
Pornografía de la muerte
La intervención en crisis no está exenta de dificultades. En relación a los accidentes que provocan el fallecimiento de una o más personas concurren algunos aspectos específicos.
Ha sido Geoffrey Gorer, quien ha escrito un libro con el sugestivo título de La pornografía de la muerte. En él muestra que: “la muerte reemplazó al sexo como principal tema prohibido, algo así como «de eso no se habla»”. Es en ese sentido que la muerte se volvió ‘pornográfica’ y por un lado se convierte en tabú y por otro se exibe, aunque parezca paradógico.
Este fenómeno sociológico contra el que hoy se lucha desde la filosofía de los cuidados paliativos, por ejemplo, queda evidenciado en los accidentes de manera particular. Es como si un secreto armario lleno de revistas pornográficas se le abriera a una persona, inesperadamente, de par en par, ante un sinfín de personas. No era necesario, no estaba en el guión. Menos aún en el guión de la relación con los niños.
Mientras que hoy es normal ver a un pequeño besando el vientre de su madre embarazada mientras explica: “estoy saludando a mi hermanito que está en la panza de mamá”, no se le menciona la posibilidad de la muerte de sus familiares ni de la propia; no asiste a los velatorios y entierros, y se le oculta la noticia del fallecimiento del abuelo, engañándolo con un: “se fue de viaje y no va a volver por mucho tiempo”. Sólo falta decirle: “se lo llevó una cigüeña a París”. Estamos dando pasos para superar esta actitud, pero aún son insuficientes.
Pero es que además, a complicar las cosas vienen los medios, que buscan ansiosamente la escena más dramática, el charco de sangre más abundante, la fotografía más impactante, el llanto desgarrador más sobrecogedor. Como si la pornografía de la muerte buscara también exhibir el ámbito más privado en público, sin pudor alguno.
Evitar el sufrimiento añadido que pueda ocasionar cualquier comportamiento humano, así como promover la educación y la participación también de los niños, son otras claves fundamentales en la intervención en crisis.
Muchas personas, movidas por la solidaridad, intentan ayudar a los afectados por los accidentes de tráfico. A todos nos vendría bien pensar que eso es hacer el bien, pero que el bien ha de ser bien hecho.