Una paciente dice “me duelen los brazos, las piernas, la espalda”, y un profesional sanitario le responde: “Y la punta de la lengua, ¿no le duele también?” y remata diciendo: “Lo que más me extraña de su caso es que se llame usted María, y no Dolores”, a lo que la paciente protesta: “Usted no sabe lo que es encontrarse tan inválida como yo me encuentro, a lo que el médico replica: “¡Qué exagerada es usted!” Este es el ejemplo que Francesc Borrell, médico especialista en comunicación pone para explicar lo que es la dispatía.
Mientras que la empatía terapéutica (así, con adjetivo), es un concepto de los últimos quince años, y consiste en el arte de captar de manera precisa el mundo de significados, sentimientos, valores, contradicciones que el otro experimenta y devolver comprensión de manera ajustada y sin juicio, regulando bien el grado de implicación emocional con el sufrimiento ajeno, la dispatía se produce cuando en el profesional invaden sentimientos negativos en relación al otro y dificultan una sana relación.
Otro neologismo
La historia del concepto de empatía es relativamente breve en psicología. Lo utiliza Tichener en 1909 como traducción del término alemán einfühlung, introducido en psicología por Lipps, tomado de la filosofía estética de Vischer de 1873. El vocablo era conocido desde que Benedetto Croce tradujo por “empatía” la einfühlung del romanticismo alemán de Novalis (1772-1801), quien en toda su obra manifiesta una gran sensibilidad o “ensimismamiento” (significado de la palabra alemana) frente a la naturaleza, el espíritu que habita en el universo, la religión, los acontecimientos de la vida. “Ensimismándose” con el espíritu presente por doquier, Novalis descubre y describe, en una lengua casi musical, los secretos profundos de la naturaleza, del arte, de la vida.
La palabra empatía deriva de la voz griega em-patheia, literalmente “sentir en” o “sentir dentro”, y que existe en inglés desde 1904, fecha en que Webster la recoge por primera vez en su diccionario.
El concepto de einfühlung (“empatía”) se refiere pues históricamente a la estética y se considera como el estímulo creativo del artista, jefe religioso, profesor, actor, cuya eficacia depende de la identificación con respecto a la materia que afronten. La materia de por sí es inerte, fría, a menos que el artista, docente, dramaturgo no penetren en ella y la animen, le den calor, transformando el mármol, el color, la lección en una obra de arte.
Hasta el primer decenio del siglo XX, la empatía era un concepto de interés unido a la filosofía estética y con Tichener, Scheler y Stein se convierte en objeto de la reflexión filosófica y psicológica. Anteriormente se refería también a los objetos inanimados, como una obra de arte. Posteriormente el término penetró en Europa, procedente de las escuelas psicológicas de Estados Unidos, y se unió rápidamente a un concepto operativo fundamental para cualquier práctica psicoterapéutica correcta.
Cuando Titchener tradujo la noción de Einfühlung con empathy sirviéndose del griego empatheia quería subrayar una identificación tan profunda con otro ser que le llevara a comprender los sentimientos del otro con los “músculos de la mente”.
Hemos propuesto, en otros momentos, la ecpatía (palabra introducida en esta en estos últimos diez años) como concepto que significa “sentir fuera”, es decir el proceso mental de exclusión activa de los sentimientos inducidos por otros. No es lo mismo que frialdad, indiferencia o dureza afectiva, propia de las personas carentes de empatía, sino el arte positivo de compensar la empatía sanamente, regulando el grado de implicación emocional con el otro.
Pues bien, ahora añadimos este nuevo concepto de dispatía o “sufrimiento psíquico”, neologismo formado a partir del griego dus, expresando la idea de dificultad, falta, y el griego pathos significando “sufrimiento, enfermedad”. El estado de “dispatía” (o de “sufrimiento psíquico”) correspondería a la invasión del campo de la conciencia del sujeto de emociones negativas, que causan una alteración parcial o total de la relación con el otro.
Dispatía y cinismo
Sin embargo, poco se ha dicho sobre la respuesta dispática. La dispatía consiste en reconocer el sufrimiento del paciente pero enjuiciarlo de tal manera que denigramos su imagen o su autoestima. Presuponer intenciones o ganancias (p. ej. “usted lo que quiere es que le dé la baja”), reprender por lo que siente (“¡ya está bien de ser tan quejica!”), o la burla misma, son formas dispáticas que a veces pueden realizarse de manera tan inaparente que pasen casi inadvertidas para el propio paciente. No por ello dejan de erosionar la relación asistencial y, sobre todo crean un hábito emocional peligroso en el profesional de la salud. Podría parecer que exageramos con estas reacciones, pero a nadie se le escapa que son más que verosímiles, desgraciadamente.
Hay respuestas dispáticas que son claramente cínicas en los profesionales. El cinismo es una distancia permanente con los sentimientos del otro mediante una estrategia de burla. Cínica es la persona que no se toma nada en serio, ni siquiera su propio dolor. Un cínico de categoría generaliza este tipo de distanciamiento a sus relaciones cotidianas. En efecto, es posible que una respuesta de un profesional de la salud ante un sufrimiento que no entendemos y nos irrita sea la de calificarlo de exagerado o sin fundamento orgánico, en lugar de la esperada empatía terapéutica.
Los profesionales de la salud y de la ayuda en el sufrimiento recibimos el impacto cotidiano de tanto malestar humano, y en muchas ocasiones con tan poca formación para responder a él, que podemos buscar defensas de todo tipo, incluido el planteamiento: “¿No será que los pacientes exageran mucho?”, detrás del cual puede esconderse mucho dolor y muchos síntomas desagradables sin atender. El profesional aprende a contemplar el mundo desde la barrera y, si tiene sentido del humor y flaquea en la virtud del respeto, encontrará justificaciones para aligerar sus propias ansiedades incluso mediante la burla. Es así como nace una actitud cínica en el acto asistencial, una actitud que, por lo general, no impregna toda la esfera del cuidado, afortunadamente. Pero no por ello es menos grave. Cuando este tono emocional lo ejerce una persona con liderazgo, pongamos un jefe, hay un proceso de imitación colectivo, una manera de afrontar el sufrimiento humano desde la distancia burlesca –o de menosprecio– que crea escuela. En términos humanistas se produce entonces una auténtica (e inaparente) catástrofe.
Es conocido que Mahatma Gandhi sostenía que “las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”. Lejos de nosotros la idea de que por haberse socializado en estas últimas décadas la palabra empatía, hayamos conseguido las cotas mínimas necesarias para humanizar los espacios de ayuda en el sufrimiento. Nos queda mucho camino por recorrer.