Mi hija tiene catorce años y le asusta lo que se cuenta en las redes sociales o comentan en el colegio, que si Putin tiene puesta una fecha de comienzo de la Tercera Guerra mundial y cosas por el estilo. Un día la encontré pálida y le pregunté qué le pasaba. Me dijo: “Papá me da miedo la guerra, ¿tú crees que puede llegar a España?”
Estaba asustada y angustiada ante esta realidad tan desconcertante e incierta que vivimos en la actualidad. Es lógico que surjan estos sentimientos cuando todo se tambalea y no logramos entender bien qué está pasando. “El día que se muera Putin van a sentir un alivio tremendo en Ucrania”, me decía.
Yo también sentía cierto “pellizco” al escucharla. Como padre me preocupa cómo pueda estar viviendo esta realidad. La exposición a las imágenes y vídeos que le llegan a través de las redes no ayudan porque no cuentan la realidad tal y como es y acaban alimentando el miedo.
La invité a salir a nuestra terraza para que nos diera el fresco y me contara. Y me habló de su miedo a que llegue la guerra, a que no podamos vivir ya nunca más tranquilos. Que está cansada de que no dejan de pasar desgracias, una tras otra.
Al escucharla podía comprobar cómo iba aflorando toda su fragilidad y su necesidad de cobijo y seguridad. Estuvimos charlando un rato, dejando que se expresara. Cuando se desahogó le dije: “en nuestras mentes, a veces y sin darnos cuenta, percibimos de manera exagerada la realidad y nos asustamos. Nos llegan noticias, o nos cuentan cosas en las redes sin filtro alguno. No podemos negar la realidad de que se está viviendo una guerra, y que no es posible prever a ciencia cierta lo que va a suceder. Ni esperar que todo marche muy bien y se solucione, ni tampoco desesperar y enloquecer dando por hecho que terminará ocurriendo una catástrofe”.
Esa fue la respuesta que le di, no sin antes acoger, sin prisas, sus sentimientos de miedo y angustia; dándole la posibilidad de que se explayara. Sólo validando las emociones se ayuda a la otra persona a quitarse un peso de encima y poder empezar a ver con más claridad. La escucha nos tranquiliza y nos ayuda a ordenarnos por dentro.
Así que ya saben, cuando la cosa se pone difícil y entran los agobios no hay nada mejor que disfrutar, si es posible, de un rato de escucha en la terraza de la casa para airear nuestras preocupaciones y volver a mirar nuestro horizonte con nuevo ánimo.
Por Enrique Delgado, psicólogo, máster en Counselling y socio de ACHE